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Documental Roberto Fabelo - Mundos

Documental Roberto Fabelo- Un Poco de Mi.

Entrevista a Agustín Bejarano. Exposición "Sedimentos"

Por: Mireya Castañeda


El Convento de Santa Clara, joya patrimonial de la arquitectura habanera del Siglo XVII, resultó el espacio ideal para que Agustín Bejarano mostrara su más reciente exposición, "Sedimentos".

El artista utilizó todo el jardín interior y el claustro que lo rodea para desplazar sus obras, nueve instalaciones y alrededor de 50 piezas.

Desde 1991 y hasta ahora, ha creado alrededor de 20 series o colecciones, entre ellas: Fronteras Humanas, Los Ritos del Silencio, Imágenes en el Tiempo, Cabezas Mágicas y ahora Sedimentos.

Desde el punto de vista temático, Bejarano aborda nuevamente el hombre y sus conflictos existenciales, pero ahora el diálogo, por primera vez, es a partir de la tridimensionalidad, con otro atractivo añadido, la utilización de materiales y soportes no convencionales, como resina, plásticos, bagazo de caña de azúcar o fibras de vidrio.

Para esta publicación, un momento de lujo, recorrer la muestra de la mano, y la palabra, del propio artista.

¿Por qué en tu obra, esta que estoy viendo, el hombre es pequeñito en relación con los objetos?

"Bueno porque existe una intención espacial, de escala, para un poco ilustrar que el hombre está inmerso en un mundo superior a él. A pesar de ser minúsculo en este mundo tan grande pues él tiene un protagonismo fuerte. Se crea una tensión interesante entre los elementos que son minimal, muros, mesas, escaleras, eso me recrea un paisaje humano también, a pesar del paisaje que esos objetos conllevan en si, se crea otro paisaje que yo mismo articulo a partir de las tensiones espaciales entre el hombre y los objetos".

Tu tema fundamental es el hombre y sus conflictos ¿de cuáles exactamente estas hablando aquí?

"Tienen que ver con la misma existencia, la diáspora, las migraciones, la segregación familiar producto de las migraciones, eso trae consigo un trauma, un desgarramiento ético, humano, de consecuencias imprevisibles.

Trato de crear un lenguaje paralelo, el que el arte me ofrece, para poder expresarlo de una forma poética. Por ejemplo, ese hombre encima de un muro, aparte de su equilibrio, tratando de entender el muro u otros objetos, como la obra "La tranca", que es sobre la línea de la vida, si te caes no llegas a tu objetivo. Constantemente estoy dándole datos al que va a ver la obra para que entre al código que yo quiero, al objetivo que persigo con esa obra. Esto a pesar que después el observador o el crítico evalué lo que entienda".

¿Sedimentos por acumulación de lo que vienes haciendo o…?

"Además. Yo pienso que no solo es acumulación es también que los objetos que pongo tengan un raciocinio, no es el elemento que apareció y se queda. Sedimentos es esto mismo, toda la historia, todo el baje cultural, histórico. Por ejemplo, en mi caso como ser humano que vive en Cuba, antes de ser pintor, estoy inmerso en una sociedad que es muy rica en experiencia de tipo existencial, y todas esas circunstancias históricas han conllevado a mi mismo proceso de desarrollo como hombre y como artista posteriormente. En Cuba se viven todos los dramas que yo presento, esa posibilidad que los objetos aparezcan y que la gente los identifique, sin que sean evidentes, sin tener que pintarlos de un color estridente para que sean llamativos, aquí por ejemplo son parte de la misma morfología que me brinda el convento".

Siempre has hablado de la importancia del dibujo para ti, sin embargo aquí pasas a la instalación, a la escultura…

"Depende de lo que vas a hacer, de qué vas a hacer mañana. Son cuestiones que todo el mundo se plantea, y yo el primero, y me digo, si cambio, por algún motivo muy claro será. Pienso que hay un paso nuevo, o por el mismo proceso lógico de la obra, del pensamiento, del análisis. Yo no lo veo como cambio, incluso las instalaciones las veo tan orgánicas, tan llenas de una dinámica interna, producto del desarrollo mismo de mi análisis de la serie Los ritos del silencio, que deriva en esto, en Sedimentos.

Para mi es importante trabajar los soportes y la dimensión que provocan en la vista y el pensamiento del hombre, que convocan a un diálogo, a un análisis profundo de la problemática humana actual. Los soportes no son solo elementos estéticos, son conceptuales, por ejemplos, las cañas que están en el fondo de una de las obras, representan el primer renglón que fue para la isla la industria azucarera. Así todo lo que está presente, como una fibra de vidrio que me evoca la luz, o un eclipse, evoca esa necesidad del pensamiento translucido, yo creo que ahí está también una intensión conceptual".

¿El Convento para exponer te llega entonces casual, no son obras para este espacio?

"Si y no. Que pasa, los artistas que están en las exposiciones colaterales de la Bienal de La Habana (abril-mayo) muestran su proyecto a los especialistas. Ellos manejan los espacios y en este caso vieron que el Convento tiene cierto grado de energía que le puede aportar mucho a la curaduría de mi exposición, por ahí anda la cosa, no creo que fuera tan casual. Entonces si y no, no estaba previsto, pero se crea una confidencia entre el espacio y mi obra".

Sigamos por el claustro

"Ahora puedes ver que hay muchos lugares en los que intervine. Aquí El equilibrista. Se trató que hasta la placa con los datos técnicos tuviera que ver con el entorno, en este caso es transparente, puedes ver lo que hay detrás, para respetar todo lo rústico y la desidia que puede haber. Este es un sitio histórico. Tiene que ver con el deseo de armar un diálogo intenso sobre la existencia".

Ora pro nobis: "Surgió prácticamente al final de la museografía. Un tronco de madera antiguo que apareció y lo vi clarito. Solo falta que el hombre dialogue con la naturaleza en precariedad. Es una pieza pequeña y evocadora. Mientras Internauta es la primera pieza de todo lo que vas a ver después".

Volando a oscuras: "Utilizo mucho la escalera en mi obra. En esta el hombre con un avión en las manos que habla sobre las migraciones, el deseo que tiene el hombre de descubrir otros mundos, y otros por la crisis humana, o la económica. Dos momentos del hombre, su utopía de poder viajar por deseo o necesidad".

Vas a lo tridimensional…

"No creo que me quede, pero es muy seductor, la posibilidad de haber llegado acá, es también como una fantasía. Como ves, la utilización de diferentes soportes que me evocan otros niveles de trabajo, sin tener que emigrar o acudir a otra morfología. El hombre, que tú bien dices es diminuto, siempre va a estar en un espacio que es demasiado aplastante. Su protagonismo va a estar sujeto a esa dimensión".

Has creadouna sub-serie de cuchillos: "Si, hay varias piezas, esta la titulé Nadie sabe sobre que camina, un enfoque sobre a qué estamos sujetos, y verás otras Sabiduría y Riesgo. Cuando pongo a ese hombre sobre un cuchillo estoy dialogando, contraponiendo dos elementos importantes, la vida y la muerte, o las desgracias alrededor del hombre. La gran belleza de la vida es el hombre que es la luz, pero igual hay detrás un gran fondo de oscuridad, de penurias, de incertidumbre".

Una instalación dedicada a Van Gogh…

"Una serie pequeñita, Va and go, homenaje a un artista, un hombre que sufrió mucho. Son cuadros de "shopping" intervenidos. Cuadros hirientes para un gusto refinado, pero yo lo que hago es manipular ese gusto kitsch que se vende, lo asumo, lo intervengo, en función de aplicarle la dosis mía de trabajo. Cada obra, son diez, tiene título, Obsesión, Hojas como sombra, Buenos días, Lugar donde giran los soles…"

¿Una crítica al consumismo?

"Este mural lo titulé Term-pack. Tiene que ver con las bandejas de comida, con lo que uno bota, el sedimento de la sociedad contemporánea, consumista. Intervengo con resina también latas y otros elementos que fui encontrando, es la experimentación con los soportes".

Llegamos a La tranca…

"Es como es la vida, que está agarrada a lo que se usa. Es como una ciudad. Los elementos que busqué tienen que ver con la sabiduría, la energía, la adicción, el que cuida su comida, el que revisa que nada falte en su vida, y la diversión. Existe un mundo que crees coherente, pero no te confíes.

Desde los títulos Bejarano abre el debate sobre la existencia. No hay que hablar de categorías como lo bello o lo lindo, en Sedimentos debe tomarse lo interesante, lo profundo. Aquí se presenta un artista dispuesto siempre a la renovación, abierto a nuevas experiencias, que, ¿cómo lo logra?, están en perfecta continuidad y sintonía con su obra anterior.

Cuba reflejada por la lente del célebre fotógrafo francés Henri Cartier-Bresson.

Por: Kaloian Santos Cabrera
Fuente: Juventud Rebelde.

El reportaje gráfico del célebre fotógrafo francés Henri Cartier-Bresson sobre Cuba en la revista Life, incluye 24 fotografías.

En mi rol de fotógrafo, una tarde llegué con una amiga a la casa de la escritora Laidi Fernández de Juan. Sentados en la sala, entre libros y cuadros, me llamó la atención una foto en blanco y negro.

«La niña soy yo, y el señor es mi padre», me dijo Laidi cuando descubrió mi interés en la imagen familiar. Entonces me contó que la había tomado un francés amigo de sus padres en los años 60. Pero no me dijo hasta días después; en que volví para repetirle las fotos, que ese amigo era el célebre fotógrafo Henri Cartier-Bresson.

Para muchos de los que ejercemos el arte del fotoperiodismo Cartier-Bresson es una suerte de paradigma. En fracciones de segundos era capaz de notar la relevancia de un hecho y captarlo con su cámara. De esta forma nos legó lo que muchos han dado en llamar "el instante decisivo".

Desde joven, Henri comenzó a vincularse con los surrealistas parisinos y, en 1927, estudió pintura en Montparnasse con André Lhote. Tiempo después decidió dedicarse a la fotografía y, en 1932, apareció en la revista "Vu" su primer reportaje gráfico. Ese mismo año, la Galería Julien Levy, de Nueva York, exhibió su primera exposición.

A partir de ese momento comienza a colaborar con varios periódicos y revistas ilustradas, a las que tributaba desde varias partes del mundo. Asimismo fotografió, como quizá ningún otro, disímiles momentos de la historia del pasado siglo: estuvo en medio del fuego en la Guerra Civil Española; guardó prisión cerca de tres años en campos de concentración alemanes durante la II Guerra Mundial. Luego de varios intentos de fuga, escapó a París y se unió a la Resistencia francesa.

Terminada esta contienda lo creyeron muerto. En 1946 apareció en la exposición que el Museo de Arte Moderno de Nueva York había montado en una especie de honor post mortem a su figura.

Un año más tarde H.C.B. — firmaba así sus trabajos— fundó junto a otros destacados fotógrafos como Robert Capa, George Rodger y David Seymour, la agencia Magnum Photos, una empresa que revolucionó la concepción sobre la imagen en los medios de comunicación.

Muestra importante de sus archivos los componen cientos de retratos entre los que destacan personalidades tan diversas como los pintores Pablo Picasso y Henri Matisse, la cantante Edith Piaff, el filósofo Jean-Paul Sartre, la sensual Marilyn Monroe, el escritor William Faulkner, la científica Marie Curie, o líderes históricos como el indio Mahatma Gandhi (poco antes de que fuera asesinado), el chino Mao Zedong, el Che Guevara y Fidel.

Además, en 1955 Henri fue el primer fotógrafo en exhibir su obra en el famoso Museo del Louvre.


Henri Cartier-Bresson murió a los 95 años.

Cuando llegó por primera vez a La Habana, Henri Cartier-Bresson tenía 26 años. Era la década del 30 del pasado siglo. Cuando volvió, corrían los convulsos años 60 y ni la Isla ni el fotógrafo eran los mismos. Para entonces Henri Cartier-Bresson ya se había ganado el atinado epíteto de El ojo del siglo XX, y Cuba vivía los albores de la Revolución triunfante.

El francés llegó en la Mayor de las Antillas contratado por la revista ilustrada "Life". Vino con el fin de realizar un reportaje gráfico para la prestigiosa publicación norteamericana. Un suceso de tal magnitud como la Revolución Cubana no podía escapársele a quien, cámara en ristre, había perpetuado ya muchos de los hechos transcendentales de esa centuria.

En esa visita fue que conoció a Laidi, pues sus padres, el poeta y ensayista Roberto Fernández Retamar, y la destacada profesora y crítica de arte, Adelaida de Juan, acompañaron al francés durante su estancia en La Habana.

Sobre los días del fotógrafo en nuestro país he tenido la oportunidad de conversar en varios momentos con el matrimonio. Sin embargo, no encontré mejor remembranza que un artículo escrito por la propia Adelaida al cumplirse el centenario de H.C.B, el pasado año. Para satisfacción de muchos, ese trabajo verá la luz próximamente en La Gaceta de Cuba, acompañado de la foto familiar que dio pie a esta historia, y un retrato insuperable hecho por Cartier-Bresson a Retamar.

Hace unos meses, gentilmente Laidi me mostró el escrito aún inédito de su madre. Si Henri fue capaz de atrapar con su cámara la sensibilidad de las personas, Adelaida captó en su trabajo la ternura del fotógrafo.

Entre los pasajes hermosos descritos en el artículo se encuentra la historia del retrato familiar que acaparó mi atención. Resulta que en medio de una de las conversaciones entre Cartier-Bresson y Retamar, «Laidi, quien apenas caminaba entonces, despertó de la siesta y acudió al oír la voz de su padre. Al entrar en el cuarto, miró fijamente al extraño mientras buscaba seguridad inclinándose para abrazarse a la rodilla de Roberto, quien la rodeó con un brazo. Cartier-Bresson, sin interrumpir la conversación, apretó el obturador y captó un excelente retrato de la niña y su padre», nos cuenta Adelaida.

(...)

«Días después, nos excusamos con nuestro amigo porque supimos que solía visitar nuestra casa en una hora de la tarde en que estábamos en nuestros trabajos. “Pero no, respondió; yo voy a visitar a la petite”. ¿Y en qué idioma se comunicaban, si él no hablaba castellano y Laidi solo balbuceaba algunas palabras? “Sencillo”, respondió Cartier-Bresson: “Nos entendemos maravillosamente. Yo le llevo una florecita y ella me regala la hoja de un arbusto del jardín”.

«El día antes de su partida, fuimos con él a Regla, pues quería fotografiar elementos de los cultos sincréticos afrocubanos. No pudo entrar en el Cuarto Fambá, pues el compañero que lo vigilaba le dijo firmemente: “yo me dejo matar por dos cosas solamente: la Revolución y ese cuarto”.

«De regreso, en la lanchita que cruzaba la bahía, y mientras conversábamos y él retrataba continuamente, le pregunté si estaba satisfecho con su visita a Cuba y si pensaba que tenía buenas fotos. Me respondió que sí, que había tomado cerca de mil fotografías. “Pienso que unas 80 o cien servirán”, afirmó.

«Las que imprimió (cuyos pies de grabado él insistió en escribir) y fueron publicadas en la revista son realmente excelentes, como pienso que son todas las que he tenido el privilegio de ver. Por eso no comparto lo que Cartier-Bresson dijo de su propia obra: “Yo pasé 50 años tomando fotos, pero ¿cuántas de las que hice merecen ser observadas durante más de tres segundos? ¿50? ¿100? Y creo que son demasiadas”.

El 15 de marzo de 1963 salió el número 54 de la revista Life con el trabajo de Henri Cartier-Bresson.

Desde la portada y en su interior, una decena de páginas alberga la visión del célebre fotógrafo sobre la Isla revolucionaria con sus fotos y un texto sobre las cinco semanas que duró su estancia.

Poco o casi nada se le escapó. Desde la gente corriente hasta los máximos líderes de la Revolución quedaron «congelados» en amplios reportajes gráficos donde la cotidianidad cubana de los 60 es protagonista.

Maestro en pasar inadvertido, Henri Cartier-Bresson estuvo en Cuba y apenas se enteraron sus colegas criollos.

El fotógrafo José Alberto Figueroa, amigo y ayudante de Alberto Díaz (Korda), está casi seguro de que el autor de la universalmente conocida foto del Che y el francés, nunca se conocieron. «Sí recuerdo que el viejo Corrales lo vio. Creo que lo encontró por casualidad tirando fotos en la playa de Cojímar», me cuenta.

También por azar se lo topó Roberto Salas, en aquel tiempo un joven fotógrafo del periódico Revolución.

«Un día de febrero nos cruzamos en el lobby del hotel Riviera. Su cara me pareció conocida y cuando volteé vi colgada a su espalda la cámara Leica. No podía creer que Cartier-Bresson estuviera en Cuba. Entonces me le acerqué y conversamos unos minutos. Me atendió amablemente y le pregunté si estaba haciendo algún trabajo aquí. Me respondió que solo estaba de visita y entonces le ofrecí mi ayuda. Solo me dijo que le avisara si había algo interesante en esos días.

«De ahí fui para el periódico donde me esperaba la noticia de que había muerto Benny Moré y tenía que ir a cubrir el velorio. De inmediato pensé en Cartier y fui a buscarlo al hotel. Por suerte todavía estaba rondando por el lobby. Le comenté el hecho y quién era Benny, lo que significa para nosotros los cubanos. Le propuse llevarlo y aceptó. Cuando le dije de ir a buscar su equipo fotográfico sacó de su bolsillo con una mano unos cuantos rollos y con la otra su camarita Leica: “Con esto me basta”, señaló tajantemente».

Enseguida que llegaron al lugar, el viejo fotógrafo se perdió entre la inmensidad de la multitud que acudió a darle el último adiós al Bárbaro del Ritmo. Salas no volvió a saber más de Henri hasta unos meses más tarde cuando escuchó, en la redacción del periódico, comentarios sobre unas fotos publicadas en la revista Paris Match.

«Eran imágenes del velorio del Benny y estaban firmadas por Henri Cartier-Bresson. Para mí fue tremendo, porque yo había estado con él en el mismo sitio y no había visto “los momentos” de sus fotos. Sin dudas una gran lección», recuerda Salas, considerado hoy uno de los grandes maestros de la fotografía cubana.

En 1966, tres años después de estar en Cuba, Henri Cartier-Bresson abandonó públicamente la fotografía y dejó la cooperativa Magnum. Se dedicó al dibujo y a la pintura (su primera gran pasión) mientras sus fotos recorrían —recorren— galerías de todo el hemisferio.

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